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Las mayorías absolutas y sus perniciosos efectos quedarán desterradas de nuestro país al menos durante un tiempo.

Las mayorías absolutas y sus perniciosos efectos quedarán desterradas de nuestro país al menos durante un tiempo.

El nuevo tiempo político que se nos viene encima trae consigo muchas incertidumbres, pero también una gran virtud que compensa los posibles aspectos negativos (y es que, de todas formas, tampoco existe el sistema perfecto). Esa virtud es el fin de las mayorías absolutas: se acabaron los rodillos parlamentarios y los gobiernos inasequibles a cualquier negociación. A partir de ahora, cualquier gobernante tendrá que ceder y negociar con diferentes grupos a fin de asegurar la mayoría necesaria.

Este nuevo tiempo sin duda redundará en beneficio de todos, y es que nos sobran ejemplos de cómo la cabezonería en sacar adelante normativas en solitario no lleva mas que a soliviantar a una parte de la sociedad, y encima con el único resultado de que dichas normas son inmediatamente derogadas en cuanto cambia la mayoría parlamentaria a los pocos años.

Pero este nuevo tiempo, lejos de ser visto como una oportunidad de mejorar nuestra sociedad, es percibido por algunos con un enorme temor, hasta el punto de que están dispuestos a cambiar lo que haga falta a fin de conseguir artificialmente las mayorías absolutas que antaño conseguían gracias a sus elevados porcentajes de voto.

Y es que para esos algunos, si no pueden conseguir la victoria de forma limpia, bien les vale una victoria artificial obtenida a base de triquiñuelas legales: todo sea por mantener el statu quo anterior, en el que podían gobernar a golpe de decreto sin tener que sentarse a negociar cada ley con esos molestos grupillos porque, a fin de cuentas, ¡qué se habrán creído los muy impertinentes!, ¿Qué tienen derecho a sentarse en pie de igualdad con los partidos serios de Gobierno?, habrase visto semejante desfachatez, y todo porque les hayan votado unos pocos millones de personas, que se habrá pensado esta gente que es la democracia…

Solo desde esa patrimonialista visión del poder puede entenderse la reforma anunciada por el PP hace un año para que “gobernase la lista mas votada” (es decir, si un partido obtiene el 30% de los votos gobierna, sin tener nada que negociar con el 60% restante… muy democrático todo, eso sí), pretensión desenterrada recientemente por el presidente extremeño Monago.
Pero lo mas preocupante es como el PSOE de Susana Díaz se ha subido al mismo carro esta semana: incapaz de conseguir un acuerdo para que le voten la investidura, en vez de adaptarse al nuevo tiempo político, se suma a la corriente, esta vez mediante la artimaña de la “segunda vuelta”, de los que quieren cambiar las reglas para volver a las cómodas mayorías absolutas… retornar a ese tiempo del ordeno y mando legislativo que por lo visto a algunos les parece tan idílico y feliz.

Raúl Martín Fernández