Era de esperar que una iniciativa tan rompedora como Ocupa el Congreso acabara saltando, más pronto que tarde, de las etéreas redes cibernéticas al espacio real de los medios de comunicación tradicionales.
Si bien en un principio se ha tratado de silenciar, ya que la iniciativa arrancó en junio y no ha sido hasta ahora cuando los mass media se han dignado a prestarle atención, sin duda asustados por la repercusión y seguimiento que la iniciativa empieza a tener en las redes sociales.
No por el número de seguidores, notoriamente inferior a otras muchas protestas, sino por lo rompedor de la iniciativa: ya no se trata de otra manifestación más, en la que se corearán ingeniosos lemas con los que lacerar al Gobierno para luego irse cada uno a su casa, ni de una civilizada huelga dentro de los límites que marca la legalidad vigente (legalidad pergeñada para que las huelgas sean inútiles), no, esta vez el cabreo, el hastío ha hecho que las cosas vayan más lejos; como para algunos de nosotros era de prever, la sordera y prepotencia del Gobierno ha tensado demasiado la cuerda, y así a los ciudadanos […] no les quedará más remedio que empezar a pensar en medidas más radicales; medidas que podrían empezar a surgir incluso desde la base, porque no hay cosa que más cabree a la gente que el sentirse ninguneados por el poder […] no es por ser profeta, pero ese artículo lo escribí en marzo… señores del Gobierno, avisados estaban.
Como buena iniciativa rompedora, ha suscitado el rechazo unánime del stablishment, cada uno dirigiéndose a su público potencial. La derecha ha calificado la iniciativa como de «extrema izquierda», bueno, nada nuevo bajo el sol, ya calificaban así las políticas de Zapatero, ese peligroso revolucionario.
También se ha lanzado al ataque la izquierda responsable de Rubalcaba (¿por qué será que cada día me cuesta más pronunciar la palabra socialista cuando hablo del Secretario General?), el entorno afín del PSOE no ha perdido un minuto en acusar a la iniciativa de… ¿a que no lo adivinan?, ¡sí!, de estar organizada por la ultraderecha; de poco ha valido que los organizadores se hayan desvinculado de esa tendencia política, son como Tejero ha sentenciado un preclaro diputado socialista cuyo nombre no me voy a molestar ni en mencionar.
Veo a Rubalcaba bastante perdido en este asunto (bueno, en casi todos los asuntos últimamente). Le recuerdo al Secretario General que los Estatutos Federales del PSOE, en su artículo 3.5 dicen así La unidad del Partido descansa esencialmente en la unidad de pensamiento fundamental que se contiene en su Programa Máximo.
En los propios Estatutos Federales se establece que el fin último de las políticas del PSOE debe ser alcanzar dicho Programa Máximo.
Dado que muchas de las reivindicaciones que plantean los manifestantes son coincidentes con lo que se exige en el Programa Máximo del PSOE (reparto equitativo de la riqueza, sistema económico al servicio de los seres humanos que evite el enriquecimiento de unas minorías, nacionalización y control público de sectores estratégicos y de primera necesidad para la sociedad, entre otras), la única decisión coherente que le queda al señor Rubalcaba es apoyar a los manifestantes, y no al Gobierno. Si el Secretario General del PSOE no está dispuesto a pelear por lo que establecen los Estatutos de su propio partido, debería dimitir de forma inmediata, y permitir que accediera al cargo algún militante que sí esté dispuesto a hacer algo tan simple (y al parecer tan revolucionario) como intentar alcanzar los objetivos políticos que el PSOE se marca en sus Estatutos Federales.
La acción propuesta por Ocupa el Congreso como supongo ya sabrán a estas alturas, consiste en acampar en los alrededores del Congreso de los Diputados el 25 de Septiembre, y mantener la protesta hasta lograr la dimisión del Gobierno y la convocatoria de elecciones generales.
Pero no para forzar una alternancia más en el Gobierno, sino con la intención de convocar una asamblea constituyente, que reforme nuestra Constitución y aborde los cambios necesarios para lograr su correcto funcionamiento: el Sistema no cumple con la función para la que fue diseñado, ya que no sirve de correa de transmisión entre la voluntad de los gobernados y los dirigentes, como está quedando dolorosamente patente con la actuación de un Gobierno que incumple diariamente el programa de gobierno por el que fue votado, y lo hace con total impunidad.
Se argumentará (ya se está haciendo) que esta acción ataca a la soberanía de la nación, depositada en las Cortes Generales.
Según nuestra Constitución (artículo 1.2) La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado.
Así pues, son las Cortes y sus inquilinos, los que nos deben obediencia a nosotros, y no al revés. Todo el poder que tienen, es legítimamente nuestro (insisto, así lo aseguran nuestras leyes). Así pues, en un caso tan flagrante de ataque a nuestros intereses, estamos totalmente legitimados para exigir que la soberanía nacional sea devuelta al pueblo, para que éste elija a nuevos representantes, y entre todos, intentemos rediseñar y repensar un sistema que ya está dando más que evidentes síntomas de estar agotado.
Es lógico que mucha gente sienta inquietud ante una medida tan radical, tan alejada de nuestra mansedumbre habitual como sociedad, yo mismo albergo dudas. Hablando con mi amigo Enrique Pérez sobre esta acción, me dejó una interesante reflexión, que con su permiso aquí transcribo:
No lo tengo claro, Raúl, sencillamente porque no tengo claras las intenciones. Pero ¿cómo se pueden tener claras las intenciones? Mussolini doblegó a Italia tras una marcha sobre Roma.
Me he apuntado como asistente, como tantas otras cosas que hago últimamente, como provocación. Ni siquiera sé si en realidad podré ir, puesto que es un día laboral. Pero creo, como ocurre con lo de Gordillo (algo ilegal, excéntrico y con muchos peros) que la prioridad es alertar sobre la imperiosa necesidad de cambiar el sistema (ya no solo el PSOE, ni solo los partidos… más cosas).
Por tanto, y a pesar de mis dudas sobre las intenciones (¿cómo podemos estar seguros de ellas?), en principio apoyo la marcha como una medida más de presión contra un sistema enfermo. Todo esto son síntomas de una enfermedad, y yo quiero ser un síntoma más.
Dicho de otro modo, y ante las escasas posibilidades de que esta marcha sea como la de Mussolini, más bien se trata de que salten todas las alarmas para que en realidad en el futuro no sea posible una marcha como la de Mussolini.
Es el momento de dar un paso al frente, no podemos seguir inánimes mientras nos despojan de todos nuestros derechos y nos conducen hacia una sociedad radicalmente injusta.
Hemos mirado, o eso decíamos de boquilla, con envidia a los islandeses, pues bien, aquí tenemos la oportunidad de demostrar que queremos implicarnos en nuestro futuro, que queremos de verdad participar y no limitarnos, como de costumbre, a que otros nos solucionen los problemas.
Raúl Martín Fernández