El primer ministro británico, David Cameron, se ha descolgado con la propuesta-amenaza de celebrar un referéndum en su país para decidir si el Reino Unido sigue o no dentro de la Unión Europea.
No es mala idea que los británicos decidan, de una puñetera vez, si quieren estar dentro o fuera, ya que las relaciones han sido tormentosas desde el inicio, y no precisamente por casualidad.
La aventura europea comienza en 1957, con la firma de los tratados de Roma. El Reino Unido se quedó fuera por voluntad propia: no creía que el proyecto europeo pudiera funcionar. En apenas 4 años cambiaron de opinión y solicitaron el ingreso en la entonces CEE (Comunidad Económica Europea).
No se trató de un acto de fe ni de una conversión repentina. Cierto es que estaban sorprendidos por el éxito del proyecto, pero no contentos: El Reino Unido quería seguir siendo preeminente, tanto política como económicamente, y estaba claro que ante un bloque europeo unido nunca podría ser algo más que un actor secundario.
El debate fue creciendo en el seno de la sociedad británica, argumentando los conservadores, que habían sido los más reacios al proyecto inicial, que había que estar dentro de la CEE para controlar su crecimiento y defender los intereses del Reino Unido, dicho en otras palabras: para entorpecer el proyecto desde dentro.
Semejante actitud les granjeó la desconfianza de sus futuros socios, hasta el extremo de que Francia vetó su ingreso, que no se produciría por lo tanto hasta una década después, en 1973.
Desde ese momento hasta hoy, los británicos se han mantenido fieles a sus ideas iniciales: obstaculizando, debilitando y ralentizando siempre que han podido el proyecto común europeo, hasta el punto de que somos muchos los que hemos deseado que se hubiera mantenido el veto francés, y los británicos no hubieran sido nunca admitidos.
Las últimas decisiones europeas, encaminadas a conseguir una unión fiscal y una integración real de las políticas económicas de la Unión, serán si se materializan un importante paso para fortalecernos como bloque, y mejorar nuestra economía… ¿para todos?, no, puesto que el Reino Unido sigue viendo el avance de la integración europea no como una ventaja para Europa, sino como una desventaja para sus intereses exclusivamente nacionales.
Es en este contexto en el que hay que contemplar el anuncio de Cameron: si no se integra en las nuevas políticas europeas irá quedando cada vez más aislado de las decisiones importantes. Lo lógico si no te interesa un club es que te salgas de el, pero los británicos prefieren quedarse, e impedir que el club funcione.
Lo del referéndum es un intento de coacción al resto de los socios, Cameron quiere permanecer dentro de la UE… pero con sus condiciones y un trato especial. Resumiendo: quieren que se les permita no participar en ninguna de las políticas de integración, pero que a la vez se les otorgue el poder de decidir y vetar esas cuestiones de las que, voluntariamente, han decidido no formar parte.
Llega el momento de volver a ser firmes con los británicos, como lo fue en su día la Francia de De Gaulle: si quieren estar dentro, bienvenidos sean, pero como un socio más. Y si deciden estar fuera, que sea con todas las consecuencias, nada de seguir beneficiándose de los ventajosos tratados comerciales sin aportar nada en la esfera política.
Cameron ha medido mal su amenaza, en Europa ya están muy cansados del Reino Unido, y corre el riesgo de que en vez de intentar disuadirle le animen a celebrarlo. Algunos incluso cruzaremos los dedos para que los británicos voten a favor de la salida.
Raúl Martín Fernández